Más de cinco mil personas acuden los días 26 y 27 de julio a la madrileña Iglesia de la Encarnación para venerar y admirar el prodigio de la licuefacción de la sangre de San Pantaleón. Y cada año, como es habitual, surge la misma incógnita, ¿Se producirá uno de los pocos fenómenos paranormales que se repite año tras año?
Cerca de las cuatro de la tarde, en la Iglesia de la Encarnación de Madrid, todo esta dispuesto para el evento. Sobre el altar mayor se ubica una vitrina en cuyo interior se encuentra uno de los objetos más preciados del Real Convento de la Encarnación: el relicario que supuestamente alberga la sangre de San Pantaleón y que durante su festividad sufre una transformación inexplicable.
Las monjas agustinas recoletas son las encargadas de anunciar que el prodigio ha comenzado. El contenido de la pequeña ampolla sufre una metamorfosis insólita. Durante 48 horas la sustancia, que a lo largo del año se conserva y puede contemplar de un color rojo oscuro y seca en la teca, empieza a convertirse, poco a poco, en un líquido de una tonalidad brillante.
Durante este periodo de tiempo serán muchos los fieles que se acercarán al recinto sagrado para expresar su devoción, cumplir sus promesas o simplemente satisfacer la curiosidad.
Una oportunidad única para poder vivir, cara a cara, lo imposible. Un fenómeno que ha fascinado a todos aquellos que lo han contemplado y que ha motivado el estudio de diversos especialistas para intentar esclarecer el enigma.
San Pantaleón
Pero, ¿quién fue Pantaleón? Hijo de Eustorgio y Eucuba, su nombre significa “en todo semejante al León” según las actas bolandistas. Nació en Necodemia, lo que hoy en día es la actual Izmit, en Turquía. Fue un destacado médico de la nobleza y corte al igual que su padre. Pero su vida cambió radicalmente al convertirse al cristianismo que profesaba su madre. Tras ser asediado y buscado, Galerio Maximino ordenó su muerte. Su martirio se llevó a cabo en el año 305 d. de C., aunque la verdadera fecha de su fallecimiento sigue siendo un misterio, ya que su nombre no aparece reflejado ni en las Actas de los Mártires ni en la Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesárea.
Tras su trágico final, según cuenta la tradición, varios fieles recogieron su sangre con pequeños algodones y la fueron guardando en ampollas de cristal que posteriormente se distribuyeron por diferentes partes de Italia y otros países para su culto.
Su fama aumentó en la Península Ibérica en el siglo XVII. Concretamente en el año 1611, cuando la hija del virrey Juan de Zúñiga, que posteriormente sería la fundadora del Real Monasterio de la Encarnación, trajo la reliquia a nuestro país. Sus curaciones milagrosas y los cambios de estado líquido a sólido y viceversa motivaron que las autoridades eclesiásticas intervinieran ante el auge de los sucesos portentosos: El Santo Oficio quería saber si el origen de estos quiméricos episodios era diabólico o celestial.
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